25 de mayo de 2011

Claves para una Catástrofe - 2

Entonces, algo me sucedió: “Espere un minuto”, dije, “los códigos del pasado tienen que coincidir exactamente con los códigos del 21 / 22 de diciembre de 2.012. ¡Tienen que hacerlo! Si las estrellas y planetas durante la desaparición de la Atlántida tuvieron cierta posición, esto apunta a una similitud con ese aconteci­miento; esa era su manera de describirlo”.
Gino, de inmediato estuvo de acuerdo con mis hallazgos y se dispuso a trabajar los dos días siguientes. Pero se fue de vacaciones por más de una semana y la tarea quedó inconclusa. Me llamó a su regreso: “Tengo noticias alarmantes, Patrick, las posiciones de Orión y Aldebarán coinciden de manera precisa con ambas informaciones. Yo lo había calculado manualmente y ocurre tres veces en doce mil años. La otra fecha es 3114 a.C. Eso podría ser correcto porque varios pueblos, entre ellos los mayas, comienzan su era desde este punto”.
¡Allí estaba! Me sentía como si estuviera dando saltos mortales. Con esta prueba quedaba irrefutablemente demostrado que la fecha de la destrucción del mundo en el año 2.012 provenía de los atlantes. Más aún, los egipcios tenían que conocer esta fecha también. Pero esto era para más adelante. Nadie podía negarlo: la fecha de la destruc­ción de la Atlántida era ciento por ciento correcta. Esto hizo del trabajo de Slosman algo incontestable de un solo golpe. El mundo egiptólogo entero podrá hacer lo que le plazca, ¡pero la Atlántida era un hecho! Y con él, también la desaparición futura de nuestro mundo. El hecho de que yo hubiese resuelto esto tan rápidamente me dejó sin habla. Algunos meses después, Gino me dijo que sus cálculos no eran una prueba real, pero para entonces ya habíamos descifrado los verdaderos códigos de la destrucción, conteni­dos en las venerables escrituras egipcias. Con esto teníamos la prueba definitiva de la exactitud de nuestra teoría. Media hora más tarde me encontraba observando, junto a Gino, el cielo del año 2.012.
“Observe con cuidado”, me dijo Gino. “Programé el horizonte sobre El Cairo; puede ver a Venus elevándose justo sobre las pirámides, seguido de otras constelaciones y de Orión”.
Me dejó sin aliento. “¡Oh!”, exclamó Gino sorprendido, “aquí hay algo que se me escapó antes”.
Miré con atención el programa de la computadora y le pregunté: “¿A qué se refiere?”
“Venus pasa por los signos de la Serpiente y Escorpio; la serpiente es un importan­te símbolo mitológico tanto para los mayas como para los egipcios, pero el escorpión también era temido”.
“Posiblemente recibieron sus nombres por los acontecimientos de la Atlántida, o por los que vendrán en el año 2.012”, repliqué.
“Es posible. De ese modo, tanto la Serpiente como Escorpio pudieron haberle dado un simbólico mordisco mortal a Venus, ¡y eso puede llegar a explicar muchas cosas!”
Yo temblaba de emoción, pero también de miedo. Mi suposición parecía ser verdad, por lo tanto, la Tierra entonces iba a ser golpeada por un gigantesco cataclismo; los códigos lo demostraban con suficiente claridad. ¡Rayos, entonces era cierto, después de todo! Entusiasmado con esta serie de descubrimientos, me fui a casa. Esa noche no pude dormir; pensaba en eso una y otra vez. El cataclismo anterior había sucedido en la era de Leo (10.960 a 8800 a.C.).La Esfinge, acerca de la cual tanto se habla actualmente, no sólo tuvo un significa­do astrológico o mitológico, sino también uno práctico. Fue construida por los sobrevi­vientes de la Atlántida para advertirnos de lo que había ocurrido. Pero eso es sólo una parte de la historia. Esta Esfinge, junto con los otros códigos de las pirámides, tienen que brindarnos un indicio de la fecha del próximo cataclismo; y de esto trata toda la “religión” egipcia. Es un gigantesco monumento arqueoastronómico que nos dice exac­tamente lo que sucedió y lo que volverá a suceder. ¡No podrían haberlo hecho más grande! Aun así, lo hemos ignorado durante mucho tiempo. Ahora que ya casi es demasiado tarde, los códigos empiezan a irradiar sus signos de advertencia. Si el mundo no va a recibir la información, la humanidad será nuevamente reducida por miles de años a un estado primitivo. Esta era mi tarea: pulsar el botón de alarma. No tenía sentido seguir esperando. Entonces, decidí comenzar un libro de inmediato para que se publi­quen las primeras conclusiones. Nadie podrá culparme alguna vez de no haber hecho nada. Sólo espero que este mensaje ominoso sea comprendido a tiempo. No pueden iniciarse los preparativos necesarios con un año de anticipación, pues no habrá el tiempo o el poder suficiente para que se logre el éxito en la operación de rescate más grande de todos los tiempos.